Publicado en:
Romero, Raúl y Octavio Solis, coords. Resistencias locales, utopías globales. México, 2015, STUNAM.
Las lecturas tradicionales en torno a los movimientos sociales, centradas en la regularidad y la estructura de las formas políticas, no logran explicar la emergencia y efectividad de movimientos desbordados como #YoSoy132. Parto la diversidad como horizonte de organización política para presentar algunos apuntes que tienen como propósito prefigurar una concepción en torno al poder y la política, a partir de la experiencia organizativa del 132.
Más que una organización política, una estructura o un movimiento en el sentido tradicional, #YoSoy132 son formas articuladas de protesta. La emergencia de estas formas a través de las redes sociales y de las manifestaciones multitudinarias que sacudieron al país durante el 2012, marcaron una generación. Una generación se distingue de la 'juventud' porque la segunda es una mera condición temporal, mientras la generación se refiere a la formación de concepciones comunes, en este caso en torno al poder y a la política. Concepciones que 'emergen' a partir de las redes de información, confianza, empatía y solidaridad que surgen y se fortalecen en la resistencia contra el regreso del PRI a la presidencia.
Que la mayoría de sus integrantes estén en determinado rango de edad, no es razón suficiente para considerarlo un movimiento juvenil; primero, porque esta categoría invisibiliza parte de la diversidad que confluye en el 132, hay 132eros de todas las edades. Lo relevante en términos de la posibilidad de generar diálogos entre distintos sectores de la sociedad es entender cómo, por qué y de qué manera se articula esa confluencia.
Caracterizarlo como movimiento juvenil además invisibiliza la diversidad fuera del 132 porque muchas juventudes no simpatizaban con el 132. ¿Hasta qué punto las perspectivas comprometidas con visiones románticas de la juventud a la moderna exacerban 'lo juvenil' sólo cuando cuadra con su estereotipo naturalizado de una juventud crítica, rupturista, 'revolucionaria' y transformadora? En todo caso, cualquier estudio que insista sobre lo 'juvenil' no debería obviar una reflexión sobre otras juventudes; por ejemplo de quienes simpatizan con el Partido Revolucionario Institucional (PRI). La categoría de lo 'juvenil' es un ejemplo de cómo clasificar a los movimientos a partir de las regularidades o bien, no subsumir la singularidad a la regla, es una opción metodológica en los estudios sociales y culturales.
Las condiciones en que irrumpe esta generación ayudan a moldear su carácter particular. La agitación del 2012 no nace de un plan estratégico o premeditado, sino de la risa y la esperanza que se viralizan en las redes sociales. La indignación convoca a sujetos de distintas ideologías y procedencias en torno a debates como la democratización de los medios de comunicación; el retorno del PRI a la presidencia; el autoritarismo y la represión de Estado; la memoria histórica; la democratización de la cultura política y la parcialidad de las instituciones encargadas de procurar la democracia en el país. La articulación social que se da en torno a estos debates convoca a personas de distintas geografías, edades, procedencias sociales, concepciones políticas y permite la conformación de aquello que denomino la diversidad como horizonte de organización.
Los movimientos desbordados son formas de protesta, debate y organización política altamente dinámicas, que buscan la 'democratización' de las relaciones humanas. En éstos, más que una estructura organizativa, se presentan flujos de información que desbordan geometrías y formas políticas tradicionales como la verticalidad, la horizontalidad, las derechas y las izquierdas. Tienen dinámicas dispersas y no centralizadas que pueden intensificarse en ciertos circunstancias; por ejemplo en ciudades donde hay más acceso a Internet como en la Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey; o bien donde hay una fuerte tradición de lucha como en Oaxaca. Se presentan casos de intensificación de los flujos, en zonas fuertemente afectadas por el narcotráfico como la región norte del país y en Veracruz. Y en comunidades en el extranjero que mantienen estrechas redes de solidaridad con sus lugares de origen como en California y San Diego.
La 'estructura' formal que se constituye en las asambleas del 132, aunque en su momento facilitó la interlocución con los medios de comunicación convencionales y la opinión pública, fue incapaz de aprehender la diversidad y dispersión inherentes al movimiento desbordado. Es un error recurrente reducir el 132 a esa estructura formal, es decir a las asambleas y a los voceros -rotativos y revocables- que en ellas se eligen. La estructura formal no agota una composición que se basa en la colaboración, la espontaneidad, la creatividad y la efervescencia de redes de comunicación y organización de protestas articuladas que alcanzan, en el momento más álgido, a todo el país y a muchas partes del mundo.
El 'desbordamiento' de las estructuras, los lenguajes, las retóricas y los imaginarios políticos tradicionales es posible gracias al humor de la convocatoria. En México venía el tiempo sin serlo cuando el teatro sin arte que se dice poder, estrena en las pantallas de la simulación democrática el novelón de las elecciones. En el reino de los que juegan a la alternancia para nunca irse, los señores del dinero y del fuego se esconden bajo el candidato Peña Nieto, un producto mercadotécnico capturado por la rigidez del gel, el photoshop y el autoritarismo; ventrílocuo de un diálogo telenovelero dictado por el teleprompter. Venía el tiempo sin serlo hasta que el fantoche en el papel de galán, descubre su vocación de bufón.
Se dice que Peña ha escrito más libros de los que ha leído porque en la presentación del suyo, en espacio controlado y con asesores, no atina a nombrar tres títulos que hayan marcado su vida. La respuesta es inmediata, las bromas se cuelan por donde pueden, se repiten los chistes en casas, parques y calles, la risa se va contagiando mientras crea distintos e intangibles espacios de lo común. Las redes sociales se transforman en un rincón que explota el espíritu sarcástico del humor a la mexicana, ahí se tejen afinidades y simpatías. No ha pasado una hora desde las manifestaciones en la Universidad Iberoamericana y en las redes ya circula una invitación firmada por estudiantes de varias universidades: "Peña, te esperamos con los baños abiertos."
Si Bergson tiene razón y la rigidez es una condición de proclividad para la risa, el régimen mexicano da para una serie interminable de comedias trágicas. La risa es una respuesta frente a la rigidez del régimen, es como el amor, un reducto de subversión y de rebeldía. Es un lugar privilegiado para reconstituir los espacios de lo común porque nunca es la misma. Nadie manda la risa, nadie la doma porque no es un qué sino un cuándo, cuando se comparte y cuando se acuerpa. Fue en la risa que nos encontramos.
Con la risa, aparecen lo lúdico y lo irrevente, así llega el arte a gritar rebeldía en las calles. El movimiento nace en la concentración del 23 de mayo en la Estela de Luz porque es ahí donde se desborda todo, donde las simpatías y afinidades que se habían tejido en las redes, salen y se encuentran. La estela era una fiesta. Caminamos hacia el Ángel de la Independencia porque la concentración cobró vida, necesitaba espacio. Habían rostros inundados de sorpresa; gritos estallados, bailes, música, colores, carteles, consignas no ensayadas y miradas nuevas, incluso en las caras marcadas de experiencia. El ánimo era incontenible, unos querían ir por las banquetas y otros por las calles pero todos queríamos movernos. Ese día, la esperanza de la transformación política se hizo carnaval.
En la estela emerge una forma de hacer política donde la estética y el arte se convierten en la semántica de la diversidad, en el lenguaje de los distintos. A partir de entonces, la espontaneidad ensaya formas de protesta y de manifestación, por ejemplo con la incorporación de recursos audiovisuales, que van dando forma a una estética particular. Se comparten propuestas audiovisuales que a veces logran tener impacto internacional. Desde los rincones del mundo más distantes se replican videos donde a varias voces, distintas personas comparten un mensaje. Mostrar diversos rostros diluye la posibilidad del protagonismo y se convierte en un recurso tanto estético como político para ensayar una política a varias voces, polisémica y abigarrada.
Los recursos audiovisuales no se limitan a las protestas en redes, se cuelan en las calles y modifican sustancialmente las manifestaciones. Las fiestas de la luz en donde se proyectan videos sobre edificios que simbolizan el poder político del país -como las televisoras- plantean una reapropiación de los espacios públicos y sirven para expresar la indignación colectiva y el repudio a esos grupos de poder. Parcialmente las proyecciones remplazan los discursos tradicionales del templete o bien, los acompañan. Los recursos audiovisuales plurifónicos y replicables, en el mediano plazo, han mostrado tener más alcance que los discursos y posicionamientos políticos convencionales, algo que muchos grupos de la izquierda tradicional -incluso al interior del movimiento- se niegan a reconocer. La incomodidad frente a estas formas de comunicación y constitución de lo colectivo, incomodan a los sectores más conservadores porque la forma en que se expresa la palabra, además de socializar un mensaje, 'pone en escena' una concepción sobre la política en sí. La viralización de los recursos audiovisuales que parcialmente reemplaza los discursos de templete en algunos movimientos, implicaría el desplazamiento -también parcial- del personalismo y el carácter mesiánico o iluminado del orador de voz forzada, casi siempre grave o masculina; aquél de los gestos firmes y contundentes, el de la cantaleta que con dificultad se distingue de la oratoria de los políticos institucionales.
La versatilidad con la que se replican, modifican, nutren y transmiten los mensajes en algunos movimientos sociales desbordados, refleja que cuando menos parcialmente y durante momentos excepcionales, están ganando terreno formas concebir la política que no pueden enunciar al colectivo siempre en masculino y singular. Formas que tienden a la dispersión en la emisión del discurso y que gracias a eso, abren espacios para una política que se enuncia y recrea abiertamente, desde lo lúdico y desde lo afectivo.
El 11 de mayo es un acto de irreverencia frente a una realidad nacional insoportable y frente al inminente fortalecimiento del autoritarismo, pero la rebeldía hecha risa implica además la resistencia contra una forma hegemónica de pensar y de hacer política. La pluralidad incontenible del movimiento desbordado, acuerpada en la risa, permitió subvertir la marginalidad y exclusión que desde el racionalismo político se le atribuye a la dimensión afectiva de la política.
Las posiciones que presuponen la oposición, incluso excluyente, entre afectividad y racionalidad, temblaron cuando las protestas articuladas en el 132 reinsertaron la dimensión ética de la política en el debate nacional. Temblaron cuando en concentraciones multitudinarias se habló del amor y del poder en una misma oración. Temblaron cuando dijimos que el poder no necesariamente es dominación, que también puede ser reciprocidad y diálogo, que el poder puede y debe nacer desde las diferencias y no en contra o a pesar de éstas. El poder que se enuncia en masculino y singular tembló cuando se dijo que éste no es el único posible, que tenemos que nacer otros.
La reinserción de la afectividad permitió, cuando menos parcialmente, la participación de posiciones que defienden la necesaria imbricación entre fines y medios en la política; en otras palabras, que la política no sólo es el qué, sino el cómo se hacen las cosas, cómo se generan los acuerdos y cómo se toman las decisiones, procurando establecer condiciones de diálogo e inteligibilidad en la diversidad. Lo que implica que el esfuerzo de transformación está volcado a la sociedad en general y sobre el propio colectivo, simultáneamente.
En esos términos, la lucha por la democratización y contra el autoritarismo, es necesariamente una lucha por la transformación de la cultura política. Es una lucha por transformar la forma en que se ejerce el poder y se piensa la política en los partidos, en las instituciones y en los sindicatos; pero también en las casas, las calles, las camas y en las organizaciones políticas contrahegemónicas. Porque no hay cultura política que se vote en una urna, el reto más grande no era impedir la llegada de Peña a la presidencia, sino evitar que al interior del 132 se replicaran las formas centralizadas, jerárquicas y violentas de la política institucional. Propósito que a pesar de estar en las discusiones sobre la conformación de la estructura formal como las asambleas y comisiones, no logró replicar la descentralización que caracterizaba la articulación de protestas que se entrelazaron en las redes sociales, por ejemplo.
Los movimientos 'desbordados' como el 132 se conciben como espacios de interacción y como redes de confianza y solidaridad latentes, donde no es posible ni deseable identificar criterios estrictos de pertenencia o de exclusión. Una característica que probablemente es resultado de una reacción contra las formas políticas herméticas que son percibidas por amplios sectores de la sociedad como sectarias y excluyentes, por ejemplo los partidos políticos y muchas organizaciones de la sociedad civil organizada. El único criterio de demarcación es el apego a tres principios fundamentales (el apartidismo, el carácter pacífico y el respeto a la diversidad), además de un criterio informal, que es la expresión lúdica y creativa de las convocatorias.
La irreverencia y la risa transformaron en cuestión de semanas el humor nacional y permitieron la articulación de la diversidad como horizonte de organización político. Un horizonte que se caracterizó por formas de participación descentralizadas y dispersas. La dispersión en términos políticos se materializa en la emergencia incontenible de iniciativas autónomas que actúan sin consultar a ninguna dirección política y se reconocen como parte de un referente de lucha. Desde una reflexión autocrítica cabe decir que la incapacidad de la Asamblea General Interuniversitaria (AGI) para conducir esas iniciativas, fue un factor positivo porque en la AGI con frecuencia se expresaron las perspectivas más conservadoras, aquellas que creían fielmente en el dogma de la 'dirección política'.
Por ejemplo, la dispersión en materia de comunicación permitió al 132 contrarrestar la maquinaria publicitaria de los medios de comunicación al servicio de la narcopolítica durante las elecciones. El telepoder tuvo que enfrentarse a discursos que desde distintas geografías y lógicas cuestionaron la legitimidad de las elecciones y de las instituciones políticas del país. A pesar de las desventajas materiales, la sociedad organizada logró poner en jaque a la publicidad de las narcoletevisoras. Pero demostraron además que la centralización no necesariamente es más efectiva. Por ejemplo, un recuento de los discursos más replicados muestra que ninguno de ellos fue elaborado por la Comisión de Comunicación y Prensa del 132, sino por personas, grupos o redes, que trabajaban de manera autónoma. En los movimientos desbordados y en las formas de organización que ensayan formas políticas menos jerárquicas, la dispersión suele jugar un papel estratégico.
La risa subvierte la rigidez del régimen político y de sus lenguajes pero la persigue el fantasma de la volatilidad y de lo efímero. De manera simultánea a la emergencia del 132, surge la preocupación por su permanencia. Dentro y fuera del movimiento se presiona para capturar y contener la efervescencia en estructuras estables. El problema se plantea como un disyuntiva entre la efervescencia y la permanencia, donde los costos entre una u otra parecen la creatividad y el dinamismo.
Comparto la preocupación por consolidar resistencias de largo aliento cuyo propósito sea incidir en la cultura política del país, fortalecer formas de poder basadas en la autonomía e imaginar alternativas. Sin embargo, no comparto el presupuesto de que la efervescencia por volátil es necesariamente efímera. La represión del primero de diciembre de hecho es un contraejemplo para esa afirmación.
El primero de diciembre durante la toma de protesta de Enrique Peña Nieto se despliega un fuerte operativo militar donde las fuerzas del Estado, deliberadamente generan un clima de violencia a través de los cuerpos policíacos regulares -fundamentalmente del Estado Mayor Presidencial- y de grupos irregulares coordinados con la policía para participar directamente en los disturbios. El propósito del operativo era desarticular y deslegitimar las manifestaciones para justificar la represión frente a la opinión pública. Para el 132 la represión llega cuando el discurso de ciertos grupos ha contenido la efervescencia y la pluralidad de los primeros meses. Entre esos grupos destacan algunos colectivos que antes del 2012 tenían una reducida participación, legitimidad y capacidad de convocatoria en las escuelas, por ejemplo los colectivos que pretenden monopolizar la política entre los universitarios. Organizaciones tanto estudiantiles como no estudiantiles que al imponer sus agendas y perspectivas contuvieron, deliberada o involuntariamente, la efervescencia política y menguaron la simpatía de la opinión pública.
Algunas lecturas sostienen que la incapacidad para formar estructuras permanentes genera el 'desgaste'. Sin embargo, el primero de diciembre muestra que el desgaste se da en las estructuras formales, por ejemplo en las asambleas, pero no en las redes de comunicación que permiten la articulación de la protesta, que en todo caso es lo relevante. A raíz de la represión se reactivan las redes de solidaridad y de comunicación, por ejemplo para denunciar la manipulación mediática, la violación sistemática de los derechos humanos durante el operativo, la parcialidad del proceso judicial contra los detenidos y las deficiencias del marco legislativo que quedan al descubierto a raíz de la represión.
En estos términos se puede plantear la consolidación de la lucha social sin necesidad de sacrificar la creatividad y el dinamismo a cambio de la permanencia. De tal modo que la permanencia no se entiende como una estructura u organización sino como la presencia latente de discusiones sobre los asuntos de interés común. Presencia que emerge o se retrae en función de convocatorias que operan a manera de debates públicos en los que se articula trabajo colectivo y se circula información. Lo relevante de estas dinámicas es que la posibilidad de que se genere el debate no es coyuntural sino fruto de una cultura política donde se acostumbra discutir, no de una ideología común o de la dirección política de algún grupo.
Los movimientos desbordados parecen mantener la efervescencia y la espontaneidad en la medida en que consolidan formas alternativas de pensar la cultura y la participación política, lo que platea un problema fundamental pues en esos términos el reto del 132 no es contener su carácter desbordado en estructuras fijas sino transformar el potencial lúdico y creativo del que emerge, en un ejercicio constante de imaginación política.
Además de la permanencia, los movimientos que se articulan desde la diversidad se enfrentan al reto de las contradicciones. En el caso del 132 los medios de comunicación impusieron una lectura clasista que se centró en exacerbar la diferencia entre escuelas públicas y privadas, lectura que evitaba reconocer una contradicción más profunda, pues la diversidad abarcaba a todo el movimiento y a cada una de sus asambleas. Ni las escuelas públicas o privadas eran entre ellas iguales ni por ser distintas debían estar separadas. La lectura que enraizó con comodidad en la sociedad y la academia clasistas, eludía el problema de la posibilidad de hacer política desde la ambigüedad y desde la contradicción.
Entre tantas diferencias el problema de la contradicción entre posiciones era obligado, por ejemplo durante el periodo electoral se expresaba en las discusiones sobre si denunciar al sistema político en su conjunto y promover el voto crítico e informado era contradictorio. Después de horas de discusión el resultado era casi siempre que la postura común era contradictoria pero las posiciones no eran excluyentes. Permitir la contradicción abre la posibilidad de incorporar posiciones aparentemente incompatibles y en ese sentido explora una política de la ambigüedad.
La ambigüedad política implica una lógica dinámica de ajustes constantes y de diálogo entre posturas divergentes. La ambigüedad implica que posiciones contradictorias pueden convivir pero no necesariamente que cualquier posición tiene lugar. De modo que una lucha donde caben muchas luchas no necesariamente es una lucha donde cabe cualquier lucha. La ambigüedad en la articulación de procesos políticos democráticos excluye toda opción política que implique la contención o eliminación de otras posturas. Ese es el límite de la política desde la ambigüedad y de las contradicciones.
La política de la ambigüedad fue necesitando una retórica propia que se expresó en el tránsito entre la afirmación contundente del comunicado del 1º de julio -el día de las elecciones-, a la retórica del comunicado que se lee afuera del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación -el día que ese órgano calificó las elecciones-. En el comunicado del 1º de julio el trabajo de vigilancia electoral resulta en la afirmación tajante de que aquella elección no tuvo un dejo de democracia, que se trató de un proceso marcado por la violencia y por la negligencia de las instituciones. En cambio, la marcha-carnaval de entierro de la democracia que concluyó en las afueras del Tribunal propone una lógica distinta; no venimos a dar respuestas, venimos a cambiar las preguntas, no venimos sólo a ser escuchados, venimos sobre todo a escuchar. La marcha fúnebre de la democracia que recorrió 14 kilómetros de Ciudad Universitaria al Tribunal Electoral fue encabezada por una larga manta negra en la que se leía, ¿Qué democracia es ésta?
Paradójicamente el mismo día que la retórica de la ambigüedad se hace carnaval político, el límite de la cohabitación de las contradicciones toma las calles. La incompatibilidad de posiciones se expresa cuando un grupo lanza petardos contra la policía y uno de éstos cae entre los manifestantes. A partir de entonces muchos debates se centran en la oposición violencia-pacifismo y aunque en efecto se puede discutir la posible oposición, lo relevante es la imposición de cualquier forma política sobre otras. Es tan urgente discutir la violencia como la imposición de las tácticas políticas y explorar la diferencia o relación entre éstas. De modo que antes del problema de la violencia está los casos en que ésta niega las formas de manifestación pacíficas.
En la articulación de protestas que se entienden como 132 entre mayo y diciembre del 2012 existe una contraposición de tendencias. Una de éstas es la tendencia normativa que presupone la posibilidad de dirigir las acciones a partir de un proyecto, estructura o programa. Anhelo que unas veces se nombra como proyecto de organización y otras programa de lucha. A diferencia de las tendencias normativas, otras tienden a la improvisación y convergen en la espontaneidad. La diferencia con las tendencias normativas es que no comparten postulados sobre cómo producir efectos controlados y previsibles, de modo que suelen articularse en función de convocatorias y no de programas establecidos.
Si las tendencias normativas comparten la idea de que es posible controlar y dirigir al "objeto social", es porque las une algo más profundo: la concepción de que el poder siempre implica dominación y que se reduce a relaciones de mando y obediencia. En contraposición a esa concepción la postura sostiene la posibilidad de explorar y nacer formas de poder que no implican dominación. No se discute una noción distinta de poder sino la posibilidad de imaginar varias.
El primero de diciembre se impuso más que un presidente, se impuso la retórica de un poder que se enuncia en masculino y singular, se impuso la retórica de la violencia. Menos de un año después, el fortalecimiento del régimen autoritario es rotundo. El gobierno reprime con lujo de violencia las manifestaciones; las detenciones arbitrarias se dan sin el menor respeto a los derechos humanos; los detenidos no tienen acceso a procesos judiciales imparciales y los medios de comunicación criminalizan sistemáticamente cualquier expresión de disidencia política. En menos de un año hemos perdido libertades políticas que se lograron en más de cuarenta años de organización contra el autoritarismo, la hegemonía política del PRI, el unipartidismo y el coorporativismo.
La posibilidad de revertir el avance del autoritarismo descansa en la imaginación política. Es indispensable desbordar los márgenes que se imponen a fuerza de tolete y telenovela. En el marco de la reconstitución de la hegemonía encabezada por el Partido Revolucionario Institucional, la articulación de la diversidad como horizonte es estratégico e implica ocupar el espacio simbólico. En tiempos de hegemonía es subversivo nacer poder desde y no a pesar de la diversidad. Contra el autoritarismo es indispensable desbordar el sentido común que solapa la restricción de las libertades.
El 132 no somos quienes nos conocimos en las asambleas ni una etiqueta. El 132 es la posibilidad de recuperar la risa en el país del dinero y la sangre. Son el arte y la alegría gritando rebeldía en la calle. Es la reapropiación de la política. Son quienes dicen amor y poder en la misma frase. Es una generación naciendo algo propio y distinto. Es la convicción de que la única elección que se perder es la que se hace cada día. Son las carcajadas que ponen en jaque la legitimidad del gobierno y de la autoridad. Es el silencio que estalló en grito con la entrada al Zócalo durante el veto electoral. Es el fuego de las velas que ilumina una obscuridad innombrable. Son las calles desbordadas de la manifestación sin rumbo ni ruta del 2 de julio. Es la simpatía que hermana movimientos que en México y el mundo entienden que somos familia porque somos diferentes. Es la voz del sur que recuerda que el tiempo es largo y que hay que marchar hacia adentro. El 132 es la irreverencia frente a una realidad inaceptable.