Los estudios tradicionales sobre la paz y la seguridad ignoraron durante mucho tiempo el papel que juegan las relaciones de género en los procesos revolucionarios. Desde hace poco más de dos décadas la “equidad de género” ha cobrado una enorme importancia tanto para empresas como para organismos internacionales y gobiernos. Las investigaciones en los centros académicos han proliferado, muchas veces auspiciadas por organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, promoviendo la rápida incorporación de las mujeres al mercado laboral y a la lógica capitalista.
De ello se derivan, cuando menos, dos consecuencias graves. En primer lugar, la utilización del “género” como un discurso al servicio de los centros de poder económico, quienes por medio de los gobiernos nacionales y las empresas, pretenden sumar a las mujeres a los procesos productivos en condiciones de desventaja, ampliando simplemente los márgenes de la explotación y no permitiendo la revisión crítica y exhaustiva de las estructuras patriarcales sobre las que se erige el sistema capitalista, lo que constituía el principal objetivo de las luchas feministas surgidas en Europa y Estados Unidos. La segunda consecuencia ha sido el fortalecimiento de un feminismo hegemónico que presupone al Estado, el individuo y la propiedad privada como paradigmas interpretativos del ordenamiento social y por lo tanto, de los derechos y la justicia.
El fortalecimiento del feminismo hegemónico en la academia, el gobierno y numerosas organizaciones civiles en México se encontró, paradójicamente, con una lucha social que se planteó la dignidad de las mujeres como condición y no como consecuencia de la revolución. La revolución zapatista interpela la dañina autoafirmación del feminismo hegemónico como la única vía en la lucha por los derechos de las mujeres y se ha convertido en un referente a nivel internacional no sólo gracias a su hábil estrategia comunicativa, sino por los complejos procesos de resignificación, subversión y transgresión de los valores y significados que legitimaron durante siglos la dominación.
El impacto de las relaciones de género en los conflictos no es un asunto marginal y su incorporación a los estudios sobre la seguridad internacional no puede responder a los intereses económicos de quienes se benefician de la inequidad y la explotación social. Si bien la relación entre género y conflicto es dinámica y compleja, a través de su estudio podemos revisar la configuración de nuevas y viejas prácticas de dominación y resistencia que posibilitan o impiden la construcción de un orden social más justo, práctica que avanza en el sureste mexicano a pesar de la represión, la militarización y la guerra de “baja” intensidad. El esfuerzo emprendido por hombres y mujeres en la construcción de lo que en Chiapas se ha denominado una paz digna y justa, constituye pues, un asunto de obligada reflexión tanto para el feminismo como para las Relaciones Internacionales.
Cuando en la lucha por los recursos materiales y simbólicos se subvierten los esquemas cognitivos y se modifican las estructuras de poder y, por lo tanto, las relaciones de dominación, se puede hablar de un proceso revolucionario[1]. En la actualidad los movimientos sociales indígenas en América Latina encabezan los procesos revolucionarios más importantes del continente, gracias a la revaloración y la resignificación de su cultura. Constituyen la crítica pero a la vez, la alternativa más vanguardista frente al sistema de dominación y explotación imperante.
Los movimientos sociales indígenas no son homogéneos ni monolíticos, es más, entre ellos las más de las veces sólo comparten la alteridad. La alteridad y el papel marginal que ocupan dentro del sistema político y económico, no obstante, han favorecido la empatía y las coincidencias con otros grupos críticos del sistema, anticapitalistas y/o altermundistas. Estos grupos, como los indígenas, regularmente no son grupos en sí, sólo en tanto son pensados como Otros desde el discurso hegemónico. Se trata en realidad, de complejas formas de identidad, transitorias y dinámicas en las que se conjugan factores como la clase social, la edad, el género, la nacionalidad, la profesión, etc. Es a partir de las condiciones particulares que alguno o varios de estos factores pueden cobrar una importancia mayor o menor e incluso, incidir significativamente en el desarrollo del proceso revolucionario. Con frecuencia se olvida que al ser escenario de una larga, aunque inconclusa, Revolución, México se convirtió en pionero de los derechos sociales a nivel mundial. En la actualidad, parece que México se distancia del resto de América Latina, donde los gobiernos emanados del pueblo y con demandas sociales y culturales han comenzado a cobrar fuerza, e incluso, a hacerse del poder como en Bolivia, sin embargo, hoy México nuevamente es escenario de una emancipación de dimensiones históricas; a pesar de la campaña de aislamiento y la aguda invisibilización de la lucha social y sus causas, el alcance del ejemplo mexicano es irrefrenable.
En 1994, con el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), se hicieron evidentes los límites del modelo económico y del sistema político, así como la permanencia de la cosmovisión original de las naciones históricas mayas de Chiapas. El discurso zapatista nace de la cosmovisión tradicional y el conocimiento de los pueblos mayas y es muestra de que dicha cultura no es, de modo alguno, estática o conservadora sino altamente dinámica y renovadora.[2] En él se percibe la transgresión del discurso normalizado de la modernidad pero también de la visión tradicional de la cosmogonía maya. Esta filosofía se convierte en el arma más poderosa de la lucha de las naciones históricas del sureste mexicano contra los intentos de erradicación, olvido y asimilación de su cultura.
Dicha filosofía se distingue del discurso normalizado de la modernidad y el liberalismo en cuando menos tres aspectos: la propiedad privada, la razón instrumental y su noción de individuo como sujeto social. Esta separación resulta al mismo tiempo arbitraria y necesaria, por cuanto constituyen aspectos de un mismo proceso, distintas dimensiones del mismo fenómeno. Su análisis por separado, sin embargo, es indispensable para comprender la profundidad e importancia de la fractura epistemológica que representa dicha cosmovisión respecto de la lógica impuesta por la modernidad y, consecuentemente, de la práctica política sin parangón en el mundo contemporáneo en que se ha traducido.
El capitalismo para legitimarse y poder operar necesita asumir al individuo como ajeno y distinto a la naturaleza, así, ésta se convierte en objeto de apropiación de aquel, en un mero instrumento para satisfacer sus necesidades. No sólo ajeno sino opuesto a la naturaleza, el individuo, en la medida en que se lo dictan sus necesidades, puede incluso apropiarse de los otros, que no son, por ello y para ello, como él. En oposición a esta lógica, las naciones mayas se conciben no como dueñas sino como parte consustancial del medio que les rodea. La humanidad es naturaleza y la cultura no se considera como oposición sino resultado y parte del mismo orden natural. Carece de sentido la apropiación del entorno al grado que, cuando buscan tender puentes comunicantes con el resto del país, afirman no ser dueños de la tierra sino tenerla prestada de sus hijos, si recurren a nuestra noción de propiedad es sólo para transmitir su noción de pertenencia. La noción de propiedad, en este sentido, es sustituida por la noción de pertenencia pero además de una pertenencia fundamentalmente colectiva y no exclusivamente individual.
Para la cosmovisión de la modernidad -al servicio del capitalismo-, la naturaleza y los Otros, en tanto instrumentos, sólo sirven para la satisfacción de las necesidades del individuo lo mismo que la razón. La razón, entendida como medio para satisfacer (y crear) necesidades, se transforma en una razón instrumental. Proyectada siempre hacia el futuro, se vale de una visión lineal y progresista de la historia que reduce la vastedad del conocimiento a su función utilitaria y productiva, tecnificando los saberes pero también la duda. La duda improductiva se vuelve inútil e innecesaria, absurda. Contrariamente, la cosmovisión de las naciones originarias del sureste mexicano concibe el conocimiento como la acumulación de experiencias pasadas, entendido al pasado como un presente continuo. El conocimiento sirve para resolver el futuro pero además vale por sí mismo. En tanto el conocimiento es producto de la historia (más que del pasado), éste es resultado de la suma de experiencias de otros que a la vez son uno y, por lo tanto, es fundamentalmente colectivo y no individual. El conocimiento se transmite y se comparte pues sólo así se genera y reproduce.
La noción de individuo, de la cual depende el sistema de producción, consumo y explotación en que se basa el capitalismo, reduce y aísla a los sujetos, a diferencia de la visión comunitaria que los piensa como parte de un todo y no en y para sí mismos. El capitalismo necesita entender al ser humano como un ente incompleto que requiere de los otros y de su medio para satisfacer sus necesidades, reduciendo cualquier vínculo a meras relaciones instrumentales, donde las necesidades tanto materiales como emocionales son infinitas. Las necesidades rebasan aquello que es suficiente para la existencia y lo llevan a lo excesivo, lo importante sustituye a lo urgente y así, la vacuidad –por ende la vaciedad- y la permanente insatisfacción de crecientes, excesivas y multiplicadas necesidades, justifica tanto la depredación como la explotación de los seres humanos y de la naturaleza.
Por el contrario, la cosmovisión maya que en adelante se denominará como cosmovisión del equilibrio, entiende a la humanidad no sólo como parte constitutiva de la naturaleza sino como naturaleza misma, con sus límites y potencialidades[3]. El ser humano es naturaleza pero a la vez la naturaleza es cultura. Si bien existen necesidades, éstas se plantean en términos de reciprocidad y no de oposición o competencia. Los sujetos[4] son piezas que componen un todo el cual involucra tanto a los seres humanos como a la naturaleza, donde más que necesaria, cada parte es indispensable. En el discurso pronunciado el 28 de marzo de 2001 ante el Congreso de la Unión, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en voz de la Comandanta Esther expresó brevemente esta visión:
“Nosotras además de mujeres somos indígenas y así no estamos reconocidas (...).
“Eso quiere decir que queremos que sea reconocida nuestra forma de vestir, de hablar, de gobernar, de organizar, de rezar, de curar; nuestra forma de trabajar en colectivos, de respetar la tierra y de entender la vida, que es la naturaleza que somos parte de ella.”[5]
La importancia de la revolución zapatista radica en que ésta ha roto con el discurso normalizado de la modernidad y del modo de producción capitalista, así como con las relaciones sociales que tienden a la reproducción del mismo. Esto ha sido posible gracias a la subversión de las estructuras materiales y simbólicas heredadas de la colonización, que hasta la fecha padecen las naciones históricas del sureste mexicano. De manera paralela, se han cuestionado los aspectos negativos y revalorado las costumbres favorables de la cultura tradicional, dando como resultado la resignificación del orden simbólico, particularmente de las relaciones de género.
Tanto la escasez como la inequidad en el reparto de los recursos materiales y simbólicos, muchas veces herencia del pasado colonial, generan estados de tensión y expresiones violentas durante los cuales se persigue la redistribución de los mismos. Las formas y niveles de conflictividad, así como los motivos de los contendientes, dependen de las condiciones materiales de existencia, al tiempo que la cultura funciona como bisagra articuladora de las relaciones que condicionan tanto el desarrollo como la conducción e intensidad de las hostilidades.
El género produce y reproduce tanto al orden social como a sí mismo, de modo que las revoluciones simbólicas que se dan durante los conflictos con respecto al sistema de sexo/género[6], tienen efectos cuyo alcance, a pesar de ser poco estudiado, puede contribuir a la profunda transformación de las relaciones y estructuras de poder.
Las relaciones de género son espacios de poder en los que se produce y reproduce el orden social, toda vez que en ellas y a través de ellas se cuestionan y/o fortalecen, construyen y deconstruyen, las relaciones de dominación. A pesar de ser considerado como un aspecto marginal dentro del estudio de la seguridad nacional e internacional, dependiendo de los medios, modos y actores del conflicto, las relaciones de género pueden y de hecho así ha sucedido, cobrar una importancia cardinal.
La convulsión de la cotidianeidad producida durante los enfrentamientos lleva a la alteración de las actividades que desempeñan los sujetos. Trastornadas las condiciones materiales de vida, los roles sociales tienden a adaptarse a las necesidades derivadas de los nuevos requerimientos, de manera que es frecuente la inclusión de las mujeres en muchas labores regularmente asignadas a los varones. Este fenómeno no necesariamente implica la modificación de los esquemas de significación, es decir, que a pesar de que las mujeres desarrollen tareas “de varones” ello no forzosamente implica la resignificación de lo masculino y lo femenino ni mucho menos de la desigualdad entre los sexos. Es más, la reciente participación de las mujeres en los espacios de poder, muchas veces, depende de su capacidad de adaptación a las estructuras androcéntricas y masculinizadas.
La asimilación de estas mujeres, que por su clase social pocas veces representan a la mayoría, favorece la participación formal de las mujeres sin afectar las condiciones estructurales que impiden su acceso al poder. En gran medida, el creciente interés por la equidad de género por parte de los Estados y organismos internacionales ha servido para aligerar el contenido político que durante años caracterizó la lucha por los derechos de las mujeres. La perspectiva de género, entendida desde esta lógica, se ha transformado en el lenguaje políticamente correcto, en un mecanismo capaz de permitir la apertura de válvulas de escape que evitan el desmantelamiento del estado de desigualdad, en la medida en que fomenta simulaciones de participación a través de la masculinización de las mujeres y su asimilación con y en el sujeto universal.
De acuerdo con las características de cada conflicto, éstos pueden catalizar la revolución del orden simbólico dominante o bien reforzarlo en su forma tradicional, lo que puede implicar la inclusión de las mujeres en los espacios de poder siempre y cuando éstas no pongan en cuestionamiento las relaciones de dominación. Lo que distingue los cambios formales de los reales depende tanto de la posibilidad de asumir las formas de comportamiento asociadas con el sexo contrario, como de encontrar formas de relación social en las cuales las expectativas colectivas sobre los sujetos con respecto a su sexo superen la visión antagónica y excluyente entre lo masculino y lo femenino.[7]
Para entender cabalmente el desarrollo de los conflictos, hay que entender las relaciones de género que se están gestando y transformando durante los estados de violencia, los cuales no se limitan a las manifestaciones físicas y visibles de agresividad sino que además incluyen los estados de libertad restringida, es decir, aquéllos en que los sujetos están estructuralmente imposibilitados para elegir y, por lo tanto, para aprovechar sus potencialidades. De manera paralela, el conflicto sirve como una lupa que permite apreciar los procesos de cambio y afirmación del orden simbólico en los que se articulan las estructuras de dominación del sistema sexo/género, toda vez que durante los mismos se exacerban rasgos culturales que permanecen menos visibles durante las situaciones menos convulsas.
En México se presenta un caso paradigmático que ilustra la trascendencia de las revoluciones simbólicas y su impacto en el desarrollo de los conflictos armados. Tras el levantamiento armado de las naciones históricas de Chiapas en 1994, se ha acelerado una revolución simbólica del sistema-género cuyos efectos favorecieron la organización civil y militar que hoy nutre al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y permite el ejercicio de la autonomía en territorio zapatista. El ejemplo zapatista en materia de género tiene hoy un alcance internacional gracias a que mediante la revaloración y resignificación de las nociones tradicionales del equilibrio, plantea una alternativa para construir relaciones más justas sin pretender la masculinización de las mujeres.
Hoy, cuando la organización civil ha rebasado a las fuerzas armadas rebeldes como autoridad, la transformación que han sufrido las unidades domésticas y las comunidades se convierten en un ejemplo a nivel internacional en la lucha por los derechos de las mujeres. La ruptura con el principio androcéntrico de organización del mundo y la relativización de la masculinidad y la feminidad tienen efectos radicales, efectos que van más allá de lo doméstico y se materializan en una organización social capaz de frenar el avance de los intereses capitalistas sobre el rico y estratégico estado de Chiapas.
Es el tiempo de las palabras y no de las armas. Los zapatistas hubieran desaparecido desde el primer enfrentamiento con el ejército mexicano de no haber sabido, desde un principio, identificar a su verdadero enemigo: el olvido. Contra él se levantaron la palabra, la memoria y el secreto. La tarea más difícil pero también la que les ganó la simpatía de amplios sectores de la sociedad civil nacional e internacional fue el hacer oír la voz de los sin voz, que no son pocos y no son sólo ellos. Detrás de nuestro rostro negro. Detrás de nuestra voz armada. Detrás de nuestro innombrable nombre. Detrás de nosotros que ustedes ven. Detrás estamos ustedes”[8].
Para comunicar el pensamiento las palabras traducen imágenes y metáforas en las que los silencios y el secreto juegan parte importante de las “técnicas corrientes de expresión oral”[9]. La rica tradición oral de estos pueblos se sustenta, no en la ausencia de escritura sino en la riqueza de su palabra y el valor que le conceden. Respetar la palabra es mantener el honor de quien la pronuncia y es indispensable en comunidades cuyas formas de organización son el acuerdo y no el contrato. Quién tiene que firmar su palabra es porque no la respeta.
La palabra es el arma primordial de la lucha zapatista porque a través de ella han perdido la invisibilidad en que fueron sumidos hace más de quinientos años, porque transmite la justicia de su lucha pero también la riqueza de su cosmovisión y sus conocimientos, tantas veces negados e ignorados. Es un arma porque enunciándola y enunciándose se construyen y fortalecen la organización, porque rescatan lo más rico de su tradición oral y de sus formas de organización consensuales. Sobre la relación entre la palabra y la lucha por la justicia, es decir, la enunciación del sujeto nada más claro que los comunicados del EZLN:
“La palabra de verdad que viene desde lo más hondo de nuestra historia, de nuestro dolor, de los muertos que con nosotros viven, luchará con dignidad en los labios de nuestros jefes (...) no había mentira en el corazón de nuestros hombres verdaderos. En nuestra voz irá la voz de los más, de los que nada tienen, de los condenados al silencio y a la ignorancia, de los arrojados de su tierra y de su historia por el poder de los poderosos, de todos los hombres y mujeres buenos que caminan estos mundos de dolor y rabia, de los niños y los ancianos muertos de soledad y abandono, de las mujeres humilladas, de los hombres pequeños. Por nuestra voz hablarán los muertos, nuestros muertos, tan solos, tan olvidados, tan muertos y sin embargo tan vivos en nuestra voz y nuestros pasos. No iremos a pedir perdón ni a suplicar, no iremos a mendigar limosnas o a recoger las sobras que caen de las mesas llenas de los poderosos. Iremos a exigir lo que es derecho y razón de las gentes todas: libertad, justicia, democracia.”[10]
Las armas no son las tecnologías de la comunicación como Internet, esos sólo son los medios que comunican la lucha, la filosofía es el arma de la Revolución. No como un paso posterior a los cambios de base como los denomina Althusser[11] sino como una condición para que la lucha se conduzca, desde le inicio, bajo los principios del pensamiento revolucionado y revolucionario, sólo así se evitaría una nueva imposición y se garantizaría la perdurabilidad del cambio. Premodernos como se les quiere ver, los zapatistas supieron aprovechar los medios de comunicación para transmitir lo más rico de su cultura, sus tradiciones y sus demandas, no obstante, ningún sentido habría tenido si el mensaje no hubiera sido tan rico como es. La lucha contra el olvido es la verdadera lucha de liberación del pueblo zapatista, la palabra sabia, cuidada y honesta su mejor arma.
Las mujeres indígenas en Chiapas hasta hace unos años no existían. Eran compradas y vendidas como mercancías, explotadas, golpeadas, silenciadas, invisibles en sus casas, ausentes en las plazas y calles, condenadas a la ignorancia, al trabajo no reconocido, a la inexistencia. Peor que animales, cual mercancías, la humanidad les era negada. Existían en tanto pertenecían a alguien, ya fuera el padre, el esposo o los hijos. Quien no existe no tiene nombre y no tiene voz. No basta que otros le nombren y le llamen, para existir hay que autonombrarse y hacerse de la palabra.
Además de los abusos por parte de finqueros y patrones, autoridades y población mestiza, está la discriminación en casa. Los golpes son cosa de todos los días, el trago como se le conoce en estas zonas a las bebidas alcohólicas, casi siempre aguardiente, incrementa los niveles de violencia, asumidos como necesarios y normales tanto por hombres como por mujeres. Al final, la culpa es de ellas por molestarlos y su responsabilidad como buenas madres y esposas es soportar la injusticia.
Cuando a mediados de los años ochenta se empieza a organizar silenciosamente la revuelta en las montañas, las mujeres están presentes. Muchas veces comunican y otras encubren, su silencio cómplice garantiza la seguridad de la organización clandestina. Cocinan, cosen y trabajan para la lucha, caminan días y horas, casi siempre de noche y de madrugada, para acudir a las reuniones, acercar alimentos, agua y recursos materiales. Se hacen cargo de las casas, esconden mensajes en sus cuerpos, aprenden señales secretas e inventan historias para justificar las prolongadas ausencias de sus compañeros y las propias.
La entonces mayor de infantería Ana María, quién estuvo a cargo de la toma de San Cristóbal de las Casas el 1° de enero de 1994, narra en entrevista que “son muchas las cosas que se hacen en las comunidades. Desde que empezó a desarrollarse este trabajo (del EZLN) fue muy importante la participación de las mujeres en la seguridad.
“En casa, pueblo, hay bases. Tenemos una red de comunicación, entonces el trabajo de las mujeres es estar checando la seguridad; por ejemplo, si entraran soldados están avisando y también si hay algún peligro. No necesariamente todas son combatientes. Cuando nosotros atacamos las ciudades, las amas de casa se quedaron cuidando las comunidades, a los niños, y fueron las jóvenes quienes salieron a pelear.”[12]
Paradójicamente, el silencio de las mujeres puede ser tanto un yugo que las sujeta en la inmovilidad y la dominación como un arma de resistencia en la clandestinidad. El silencio en el hogar no necesariamente implica la aceptación del dominio, también puede leerse como una muestra de tenacidad. Se guarda silencio pero no se cambian el rumbo ni las convicciones, al contrario, se subvierten calladamente las reglas. Del mismo modo, en la lucha armada, el silencio se convirtió en el mejor aliado de la clandestinidad en un contexto en el que la simple mención de la idea revolucionaria hubiera desencadenado una represión inmediata por parte del gobierno. La discreción en este caso es un arma defensiva de la que tanto bases de apoyo como milicianos y dirigentes dependen para sobrevivir.
En silencio se mantuvo el secreto a voces de que las cosas podrían cambiar a través de la organización. En esta forma de hacer política y su lucha armada el secreto fue una estrategia de seguridad fundamental. El secreto es colectivo, implica a muchos, a unidades domésticas y comunidades enteras, se trata de un preciado valor cultural[13]. Así pues, el secreto es una forma de organización, la primera y más fundamental, la que garantiza la supervivencia del grupo y de su lucha. La particularidad cultural de la región permitió la formación y fortalecimiento de extensas redes de complicidad que guardaron el secreto de la clandestinidad preparando y construyendo la organización militar y civil que hoy facilita el ejercicio de la autonomía en los territorios zapatistas.
El silencio, en la era de la aceleración y el vacío, del mercado por el mercado, de la humanidad hecha mercancía y del nihilismo absoluto es percibido como pasividad, es de los retraídos, poco emprendedores, poco innovadores, poco útiles al sistema. El silencio es para los dominados, los que no tienen nada que aportar a la producción y al consumo.
El indígena como las mujeres no tiene nada que aportar; no produce, no consume, por lo tanto, no vale y no existe, de ahí la asociación permanente entre silencio y feminidad; así como, entre feminidad e indigenismo. En el imaginario social mexicano la asociación entre indígenas y feminidad es una constante, el discurso con el que se les descalifica es el mismo, ambos son siempre menos, son más débiles, menos capaces, más dependientes y más vulnerables, condenados a la eterna infancia. Se les quiere ver como víctimas, pasivas en su desgracia, objeto y nunca sujeto: la alteridad permanente. Incapaces de ayudarse a sí mismos, no es que sean explotados sino que requieren la asistencia y el favor de lo más aptos.
Sin embargo, desde abajo, esos que no existen, usan el silencio para sobrevivir y para organizarse. Durante el proceso de gestación de la organización el secreto les permitió subsistir y fortaleció los vínculos entre los diversos integrantes, también hoy lo siguen usando en su estrategia de intermitentes apariciones y desapariciones públicas. En esta guerra no sólo las mujeres guardaron el secreto, pero su papel fue fundamental. Quien no valora la palabra habla por hablar, quien tiene claros sus objetivos guarda su palabra para el momento indicado. Así, la palabra y el silencio -tan desacreditados por los que sólo lo material valoran-, se convirtieron en las armas y estrategias más importantes de la lucha: “Ya no somos los mismos. Antes estaba la esperanza pero con la cara agachada; indio que hablaba, de hecho así es, indio que muere. Pero afortunadamente desde el levantamiento armado nuestra gente dice que ya estamos con la mirada levantada y nos sentimos orgullosos. Y las mujeres también. Ya somos otros. Yo creo que nos infundieron ese valor, ese valor para hablar y decir las cosas.”[14]
El zapatismo recuperó al sujeto a través de la imaginación y por medio de las palabras. Cuando el sujeto se autonombra éste se conoce, se construye y se transforma. La imaginación como un acto libre permite repensar la subjetividad. El pensamiento libre puede proponerse alternativas creativas a partir de su espacio o lugar de enunciación. La imaginación y la creatividad sólo se presentan en espacios libres, por eso la primera liberación fue la de las ideas y sus palabras, así la lógica zapatista parte de lo concreto para traducirse en palabras (concepto) comunicantes de aquél cuestionamiento complejo y permanente del orden social. Por eso, para que dure y para que sea en serio, la revolución que proponen es una revolución de las ideas, de las conciencias y de las costumbres.
Las huellas del replanteamiento de las relaciones de género en territorio zapatista son visibles gracias a la amplia participación de las mujeres en espacios de dirección y responsabilidad pública. La organización militar -por sus características- fue el primer espacio en el que las mujeres tuvieron acceso a la educación que les había sido negada desde siempre. Es ahí donde con mayor rigor se ha procurado el estricto cumplimiento de la Ley Revolucionaria de las Mujeres.[15]
Sin embargo, el alcance real de la organización está en que ha sembrado nuevas formas de relación social en cada aspecto de su cotidianidad. Los cambios surgieron a partir de la organización militar (una muy otra, por cierto) y en ella fue más fácil desarrollarlos pero han conseguido el alcance y la profundidad que hoy se perciben, gracias a que éstos fueron arrancados de lo militar y llevados al plano del ejercicio civil y habitual. Fueron las mujeres quienes demandaron ser vistas y escuchadas tanto en la organización como en los espacios públicos y domésticos, por eso, la organización militar debe ser entendida como el catalizador de un proceso en el cual el papel central lo desempeñan las comunidades. Laura, una miliciana, narra como “Muchas compañeras hablaban ya con sus maridos, les decían lo que discutíamos... Y empezaron a ayudar en la casa a las mujeres ‘si quieres que cambiemos la explotación pues ayúdame a traer al niño, cargar la leña y el agua y todo eso’.”[16]
La experiencia histórica ha demostrado que el cambio de las conductas culturales no se da tras la aprobación de documentos o declaraciones de buenos propósitos. Más la Ley Revolucionaria de las Mujeres no es sólo el pronunciamiento público de un ideal, sino el reflejo de un avanzado proceso de cambio, quizás sólo así se explica que existan comunidades donde no se le conoce bien, pero las relaciones entre hombres y mujeres han cambiado. A pesar del supuesto desconocimiento de la Ley, existe un proceso de aprehensión colectiva de las nuevas normas, de modo que las modificaciones formales se materializan en la ocupación física de nuevos espacios de poder, tanto en el hogar como en la administración pública.
Más importante que la transformación formal ha sido la resignificación del sistema sexo/género a través de la deconstrucción de los discursos dominantes y la conformación de uno propio. La posibilidad de que los espacios físicos ganados se mantengan depende de la capacidad de ejercer la nueva subjetividad, pero sobre todo de flexibilizar el estricto marco binario de modo que se puedan entender los sexos, quizás sí como parte de una dicotomía, más en el sentido botánico de la bifurcación de un tallo del cual no sólo dos formas de ramas pueden surgir, sino infinidad, pues los esquemas binarios que operan por oposición y exclusión no permiten entender la diversidad sino que tienden a prohibirla y estigmatizarla.
De ahí que esta investigación centre su atención en el proceso de construcción de la nueva autoconciencia zapatista, rastreándola en hombres y mujeres, leyendas y cuentos, imágenes y murales, experiencias, bordados, canciones, corridos y comunicados. Viendo en estas expresiones culturales testimonios que permiten apreciar la forma y dimensión de los cambios que los zapatistas han proclamado necesarios para el cumplimiento de sus demandas.
El verde de la montaña que delinea la orilla de la carretera que recorre la zona norte de Chiapas se ve interrumpido por los coloridos murales[17] que adornan las paredes del Caracol V Roberto Barrios “Que habla para todos”. Dentro del Caracol hay una cancha de baloncesto en la que todas las tardes se reúnen las personas para jugar después de la jornada de trabajo. Un taller de carpintería, una clínica dental, dormitorios, un laboratorio dental, comedores, una biblioteca, cocinas, baños, una tienda y una antena satelital completan el Caracol.
Mujeres y hombres con pasamontañas o paliacates cubriendo sus rostros; así como, frases e imágenes que ilustran los ideales de la lucha zapatista adornan las paredes de la construcción de dos pisos donde se encuentra la Junta de Buen Gobierno “Nueva Semilla que va a Producir”. Frente a ella, junto a la cocina comunitaria dispuesta para los visitantes, destaca la tienda de artesanías donde las mujeres zapatistas exhiben los laboriosos trabajos, traídos desde las diferentes comunidades que componen el territorio autónomo. La mayoría de ellos son complicados y hermosos bordados que, a pesar de ser pequeños, llevan meses de trabajo y se venden muy por debajo de su valor real. El trabajo colectivo de las mujeres, organizado en cooperativas, es anterior al zapatismo pero éste lo supo aprovechar para tender lazos de solidaridad y practicar los primeros pasos hacía la autonomía.
La “Tienda de Artesanías de Mujeres Rebeldes” está decorada por murales. En sus paredes el sol y la luna reproducen una visión frecuente del imaginario local. El hombre y la mujer como dicotomía complementaria, composiciones binarias de un equilibrio universal mucho más amplio que ellos mismos. Se trata de una complementariedad paritaria y de una paridad equilibrada es decir justa y diversa. “(...) ‘caminar parejo’ es la metáfora que ellas captan y con la que trabajan en dirección a una relación justa con sus hombres.”[18]
Como resultado de un complejo proceso de sincretismo religioso entre las tradiciones y conocimientos ancestrales y las nuevas formas religiosas, el Dios Sol se asocia con Jesucristo, sobre todo entre quienes pertenecen a alguna de las iglesias evangélicas (protestantismo histórico y sobre todo pentecostal) y milenarias (adventista, Testigos de Jehová e Iglesia mormona) y las diversas variaciones[19] que se han introducido en la región. La reciente introducción de estas Iglesias es parte de una estrategia segregacionista impulsada por el gobierno para dividir a las comunidades y fracturar el apoyo inicial que los sectores progresistas de la Iglesia católica dieron a la lucha social.
La Luna, Madre del Sol, permite el equilibrio tanto en la naturaleza como entre las personas. Ambos son igualmente necesarios, la existencia de uno sería impensable sin la del otro. Ninguno está por encima, ambos son parte de un ciclo constante, permanente, continuo y necesario que permite la vida en la Tierra.
Entre la Luna y el Sol del mural de la “Tienda de Artesanías de Mujeres Rebeldes” aparece una montaña que recuerda el origen de estos pueblos. Bajo los astros celestes, con la montaña al centro, una mano obscura y una más clara sostienen cada una un extremo de una cuerda atada en un nudo, se le presume tensa y firme. Junto a las manos, dos mazorcas de maíz y dos arco iris complementan el paisaje, simétrico pero distinto, igual en la diversidad.
La montaña, el maíz y los arco iris representan la Tierra. “La tierra para nosotros es la que nos da de comer, la que nos da todo. Nos da la vida, por eso la consideramos nuestra Madre.”[20] “Cuentan los ancianos tseltales del municipio de Tenejapa la leyenda de cuando nuestra Madre Tierra vivía con los humanos”[21] Un joven con bastante dinero, maíz, fríjol y animales se enamora de una linda pero humilde muchacha. Los padres de éste no aceptan el matrimonio y furiosos golpean y la expulsan, ella regresa con sus padres y “con llanto de tristeza” cuenta la historia. Los suegros del joven le recriminan no haber cuidado a su hija y le piden que no regrese en tres días a casa de sus padres. A pesar de haber accedido a la petición de la suegra, tras una discusión con su esposa, el joven le reprocha ser pobre y decide regresar con sus padres. Humillada y triste la muchacha llega con ayuda de un señor de barbas largas al cerro donde su madre la esperaba. El señor que era el Ángel de la Cueva explica a la joven que su madre es la Madre Tierra y que ahora las dos permanecerán ahí, para cuidar lo que es suyo. No permitiendo que sigan, los humanos, maltratando lo que les han dado y si lo hacen recibirán su castigo.
El mural de la tienda de artesanías es la proyección visual de una concepción ancestral recientemente resignificada en la que se propone una transformación profunda que rescate los valores tradicionales positivos y permita la modificación de las conductas y condiciones que niegan e impiden el ejercicio de la libertad tanto de hombres como de mujeres. Los murales, imágenes y paisajes de este lugar son ventanas para imaginar relaciones más justas, entre estos pueblos y otros, así como también, entre los hombres y las mujeres que los habitan.
El día y la noche, el sol y la luna, el hombre y la mujer, retratados en tantos espacios, transmiten la visión del equilibrio armónico y de una complementariedad muy propia. Una que no parte del individuo, ni del vacío y que no busca legitimar la exclusión. La misma idea que antes sirvió para sujetar y dominar hoy se reinterpreta con un sentido liberador.
La complementariedad biológica de los sexos, indispensable para la reproducción de la especie, trasladada al plano social sirve para justificar la división sexual del trabajo y la exclusión de las mujeres de los espacios de poder.[22] Las mujeres, dadoras de vida, pertenecen “naturalmente” al espacio doméstico. Nadie como ellas (pues los esencialistas se sirven de los discursos de la excelencia[23]) puede hacerse cargo de la familia y los hijos. Los hombres, carentes de ese instinto natural, son los encargados de suministrar los recursos materiales y también son mucho más propensos a la violencia.
Esta noción de la complementariedad se entiende como un vacío. Hombres y mujeres que por sí mismos carecen de algo que sólo el otro les puede dar. En términos personales reduce a la pareja a una dimensión instrumental y peligrosamente arbitraria. Se funda en una explicación biológica de la “carencia” y justifica un orden social que excluye y margina a las mujeres al juzgar innecesaria, incapaz e incluso, peligrosa la presencia de éstas en los espacios públicos. Herencia de la colonización, en los pueblos indígenas el argumento de la complementariedad también ha servido para justificar la exclusión de las mujeres y la desigualdad. En la revisión de sus costumbres han recuperado una visión crítica sobre el equilibrio del universo y la naturaleza.
La complementariedad zapatista se entiende a partir de un sujeto colectivo. El sujeto colectivo es la unidad doméstica, no la pareja como suma de individuos. La supervivencia de la unidad depende del equilibrio y la armonía interna. Para que haya equilibrio éste tiene que ser justo y debe respetar la libertad y la dignidad. El respeto de los derechos de las mujeres es una condición para alcanzar el equilibrio que restituirá el orden y la armonía. Así, la paz no es ausencia de violencia o existencia de orden, es justicia, libertad y dignidad y no vale si es sólo para unos, tiene que ser para todos pues el equilibrio lo componen todos. El carácter colectivo de los sujetos sociales en la lucha zapatista es una de las diferencias que posibilita la continua, paulatina y progresiva liberación a través de la revaloración y resignificación del pasado, las costumbres, las mujeres, los hombres y sus derechos.
La complementariedad del equilibrio, en oposición a la del vacío, sólo es posible a partir de la justicia y la dignidad. Son el día y la noche, el sol y la luna, la tierra y la humanidad, el hombre y la mujer: la naturaleza en orden. Orden para dar vida y para respetarla. Se trata de entenderse no a través de uno mismo sino en todos. Sólo así se entiende que hoy los hombres torteen, carguen el agua y la leña, paseen a sus hijos en brazos y pongan a calentar la comida mientras ellas asisten a cursos de capacitación.
Los zapatistas desde el plano subjetivo-comunitario resisten la presión del sistema capitalista, el cual en su etapa neoliberal, se sirve del discurso de la igualdad entre hombres y mujeres para incluir a las segundas en su sistema de explotación. Igualmente explotables, hombres y mujeres –incluso más ellas-, deben ser asimilados por el sistema para que su trabajo mal remunerado, alienante y aculturador produzca y reproduzca las relaciones de dominación. A eso las zapatistas se opusieron; usando sus trajes, hablando sus lenguas, enseñando sus usos, enunciando su noción de justicia y derechos, recordando su historia, sembrando las tierras y organizando la lucha.
Igualdad es homogeneización, de nada sirve ser iguales para ser igualmente explotados, lo que falta es cambiar al sistema[24]. En lugar de la igualdad proponen caminar juntos, hombres y mujeres, por eso esta lucha no es de las mujeres zapatistas nada más, sino también de sus hombres. Aparentemente local, encerrada en lo doméstico y supuestamente intrascendente para la Revolución, esta lucha de liberación además de ser antiimperialista, antineoliberal y antisistémica[25] ha generado una alternativa que es vista como un ejemplo (no modelo) de resistencia a nivel mundial.
Ramona, Esther, Ana María, Hortensia, Trini y Susana son sólo algunos de los nombres de las tantas mujeres que han entregado sus vidas a la lucha y que por su obra han perdurado en la memoria de estos pueblos. Recordarlas es revivirlas. La memoria zapatista evoca tanto a hombres como a mujeres por su obra y sus logros. Rastrear a esas mujeres sobresalientes, las que se recuerdan con cariño y orgullo es tarea fácil, sus imágenes se levantan por doquier en los murales que iluminan con sus colores los caracoles y las comunidades. Sus nombres se repiten en las niñas y jóvenes bases de apoyo zapatistas. Lo importante en todo caso es desentrañar el significado de esos símbolos y la trascendencia de su ejemplo al grueso de la población que asume como propia esta lucha.
Las mujeres más bellas son las que no tienen nombre y a la vez llevan el de cada niña y mujer zapatista. Los modelos son tantos como las oportunidades. Las mujeres de las cooperativas, por ejemplo, venden pequeñas bolsitas bordadas con imágenes de mujeres. Se puede elegir entre aquellas que siembran los campos o a las insurgentes y milicianas de largas trenzas que empuñan sus armas, también hay quienes cargan en la espalda a sus niños, las que estudian y las que curan, todas con el rostro cubierto con pasamontañas.
El imaginario social fue subvertido en poco tiempo. En tan sólo tres generaciones se perciben profundas transformaciones. Las niñas son espejo de esos cambios, ellas cuentan una historia muy distinta a la de sus abuelas. Son hijas de mujeres y hombres que han peleado en tantas trincheras como ha sido posible: con la pluma, en el campo, en las familias, con las armas, con la razón e incluso con el pincel. Josué, por ejemplo, es un pintor zapatista cuyos trabajos se exponen y venden en San Cristóbal de las Casas. Al centro de un cuadro pintado en marzo de 2008 por Josué se encuentra un árbol; en cuya sombra, cinco niñas, unas sentadas y otras paradas pero todas con las caras cubiertas por paliacates rojos con negro, atienden a una sexta que está de pie, dando lectura a una hoja que sostiene con su mano izquierda. Rodeadas de una exuberante vegetación, cerca de ellas, se aprecian un conejo y un venado. Un poco más atrás, junto a algunas casas de madera con techos de zacate está la bandera de México y justo en el extremo contrario, en el mismo plano, una milpa. El irregular terreno, cubierto de vegetación, al fondo, toca un cielo claro y azul.
Otro pintor zapatista, Tomás, también plasma en sus obras la nueva visión de las mujeres. Retrata la complementariedad equilibrada, justa y digna que lleva a la paz, entre los hombres y las mujeres como entre los pueblos. En un cuadro se aprecia la Tierra con América al centro. Estrellas rojas recorren desde Canadá hasta Tierra de Fuego sin olvidar a Cuba. México tiene cara de pasamontañas y de la costa de Veracruz al Golfo de Tehuantepec cuelga un paliacate rojo. Chiapas resalta pintado todo de rojo. Un árbol surge del planeta y en cada rama, tiene pequeñas cabezas cubiertas con pasamontañas. Del lado derecho del árbol, saliendo también de la tierra, una mujer zapatista empuña el brazo izquierdo, igual que un hombre que completa la imagen del lado opuesto, también bajo el árbol. El sol y la luna con paliacates que sólo dejan ver sus ojos se posan cada uno en un extremo del cuadro. Bajo el sol, del lado del hombre con puño en alto, está una blanca paloma que simboliza la paz. Del lado de la mujer, flores con cara de pasamontañas surgen de los continentes vecinos que tampoco escapan a las estrellas rojas. Una última flor, ésta sin rostro, sostiene la bandera de la estrella y las siglas EZLN pintadas sobre un fondo negro. El cuadro transmite las ideas sobre el equilibrio, la naturaleza, la vida, la paz y la dignidad que las palabras y los silencios de la lucha zapatista nos han querido comunicar.
La iniciativa de restituir el equilibrio justo, perdido entre hombres y mujeres, surgió de éstas, quienes a partir de la organización política y después militar identificaron sus demandas e impusieron sus derechos. Esa lucha se planteó como condición y no como consecuencia de la revolución y no es sólo de ellas sino de todos. Originalmente la instrucción reglamentaria partió del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional pero ha sido apropiada y reconstruida, en sus términos, por la población civil, es decir, por las bases de apoyo zapatistas. El ejemplo más importante de ello son los niños y niñas cuya realidad es tan distinta a la de sus padres y abuelos. Más que íconos sin sentido, la memoria de las mujeres como Ramona son formas de mantener viva su lucha y de continuar su trabajo, un trabajo inconcluso pero avanzado. El cambio social deja sus huellas y testimonios en la forma cotidiana de relacionarse, en la organización política, económica y social de estos pueblos, en sus palabras y su lenguaje, en los murales y pinturas, en las canciones y corridos pero, sobre todo, en los niños que prudentes y dignos cuentan sus vidas.
Los cambios en las relaciones de género no son atribuibles exclusivamente al conflicto armado. Es la suma de los conocimientos ancestrales de estos pueblos, sus formas de resistencia, su lucha por la dignidad, el desarrollo de los medios electrónicos de comunicación que le permitió al mundo escuchar su voz a pesar del cerco mediático impuesto por el gobierno y el capital transnacional y sobre todo de la agudización de las consecuencias derivadas de la instrumentación del modelo neoliberal en México y en el mundo.
¿Cuánto tiempo va a durar la lucha y si vamos a ganar o no? Pregunta Marcos a Don Durito, un pequeño escarabajo que usa lentes y fuma pipa. Van a ganar pero la lucha durará mucho, no se puede saber con exactitud pues “Hay que tomar en cuenta muchas cosas: las condiciones objetivas, la madurez de las condiciones subjetivas, la correlación de fuerzas, la crisis del imperialismo, la crisis del socialismo, etcétera, etcétera.”[26] Fue su respuesta.
Como ninguna de las cosas que menciona el escarabajo es menos importante que las otras ni están desvinculadas y además cambian constantemente es todavía más difícil saber la respuesta. Con las mujeres pasa igual. Lo que un día parece ganado puede fácilmente revertirse o no ser aquello que se había pensado. Las condiciones subjetivas de la lucha zapatista dependen de la diversidad de sujetos que la componen. De ahí que los cambios varíen de lugar en lugar y de sujeto en sujeto.
Las mujeres se piensan, nombran, dibujan, escriben, platican, bordan, y cantan diferente, construyen en el día a día su lugar de enunciación; recomponen, subvierten y deconstruyen los discursos dominantes que las encasillan. Ellas hoy se llaman con sus propios nombres y repiten los de las que han caído pero les legaron su lucha. “Recuerda opresor que nuestros vientres serán semilleros de militantes” reza una de sus canciones.
La dignidad tiene sus matices y sus modos pero es una constante. Las ideas tradicionales sobre el ordenamiento del universo y de la humanidad en su relación con la naturaleza son motores de liberación. La organización militar ha sido rebasada por la sociedad civil zapatista. La idea de que era posible cambiar la situación, también de las mujeres, como ellas dicen, surgió de la organización, pero esa organización que nunca fue ni pretendió ser militar en el sentido que se entiende a las guerrillas convencionales, hoy ha sido rebasada por la organización civil, autónoma, libre, digna y rebelde.
Las mujeres se apropiaron de las palabras pero no de los conceptos, como afirma Marcos. Vaciaron su cosmovisión en esos sonidos y los hicieron propios, tradujeron para el resto el sentido de su lucha, que puesta en altavoz fue la lucha de muchos otros.
El camino está trazado pero no depende sólo de ellos. El gobierno insiste en que los zapatistas no existen, que Marcos está sólo, o bien, son sólo unos cuantos que controlan un pequeño territorio. Sin embargo, el capital transnacional, verdadero operador de la lucha contrainsurgente, principal interesado en su desaparición, no los olvida. Esa tierra es rica y geográficamente estratégica, por eso el gobierno instrumenta las órdenes dictadas desde fuera, por “el mercado”, que en realidad es el capitalismo depredador encabezado por Estados Unidos y todos sus aliados, quienes apropiándose y explotando los recursos tanto materiales como humanos pretenden incrementar las ganancias a toda costa.
En tiempos de crisis la presión sobre la periferia del imperio es mayor, y Chiapas es ejemplo de ello. Sobre la Garrucha sobrevuelan avionetas del ejército casi cada hora. Camiones con cerca de sesenta militares pasan varias veces al día en evidentes actos de intimidación. Hace apenas unos meses, después del Encuentro de Mujeres celebrado en diciembre del 2007, “como castigo” dicen los zapatistas, el ejercito mexicano incursionó en las comunidades bajo pretexto de haber encontrado plantíos de marihuana, la falsedad de la acusación fue comprobada por observadores de derechos humanos. El gobierno en curso se sirve de la “lucha contra el narcotráfico” como pretexto para agredir a los territorios autónomos.
“Sólo son tres gatitos, se me murieron dos porque la noche que vinieron los militares y revisaron las casas no los pude sacar y se murieron.” Cuenta Estrella, una niña de apenas seis años que vive en una comunidad cercana a la Garrucha. Cuándo se le pide que dibuje el lugar dónde vive, Estrellita sólo dibuja un templete y una cárcel “que está muy llena” porque “meten hasta a los más chiquititos”. Al preguntarle por qué los meten, enojada responde:“¡¿Qué van a hacer los más pequeños si sólo son niños? No hacen nada y los meten, por eso está llena la cárcel!”.
La organización marcha pero la militarización de los territorios autónomos también. Las niñas quieren aprender matemáticas y juegan a ser la libertad pero también recuerdan con miedo la noche en que entraron los militares, recuerdan a los miembros de sus familias asesinados en las matanzas, a sus tíos caídos en las batallas contra el mal gobierno o por los paramilitares, a sus padres presos en las cárceles llenas de niños inocentes y a los cientos de desplazados que sobreviven día con día con menos de lo humanamente concebible. “Tenemos que aprender a caminar de noche porque si vienen los militares no podemos usar las lámparas, y cuidado porque hay culebras” dice Estrella, mientras sus pies desnudos caminan con precaución sobre el lodo, que oscuro como la noche se hunde tras los pasos y marca sus huellas, sólo las luces que alumbran el cielo y llevan su nombre la escuchan decir cosas tan duras como ciertas.
Las acciones de los zapatistas se ven reflejadas en lo inmediato y proyectan la posibilidad de que las modificaciones se mantengan con el tiempo. La revolución del orden simbólico ha permitido la generación de nuevas formas de relación social y demostrado la importancia de las relaciones de género en el desarrollo de los procesos revolucionarios. La cotidianidad en los territorios autónomos, a pesar de la rigurosa vida que les impone la presencia militar y paramilitar, ha abierto para muchos otros ventanas de esperanza, al apreciar en ellos más que un modelo una prueba de la posibilidad de cambiar el orden social desigual y limitativo de las potencialidades.
Ellos siguen caminando en la noche para que un día haya luz para todos, sus palabras hablan de la desesperación y la lucha de muchos otros que sin vivir en la selva o hablar lengua indígena, entienden que los opresores, a pesar de llevar un nombre distinto, siguen siendo los mismos desde hace más de 500 años. Pero su resistencia también es vieja y hoy cobra un sentido que rebasa fronteras. Frente al olvido, la memoria, frente a la invisibilización, la palabra, frente a las armas la razón, así es la lucha de estos pueblos.
Fuentes
Libros
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Jiménez Guzmán, Lilia, et al.; Kuxul Waychiletik Sueños Despiertos. Sna Jtzíbajom Cultura de los Indios Mayas, A.C, México, 2003, 229 pp.
Lagarde Marcela; Los cautiverios de las mujeres: madreesposas, monjas, putas, presas y locas. Colección Postgrado, UNAM, México, 1993, 878 pp.
Lamas, Marta (comp.); El género: la construcción cultural de la diferencia sexual. PUEG, UNAM, Grupo Editorial Miguel A. Porrúa, México, 1996, 367 pp.
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Rovira, Guiomar; Mujeres de maíz. Era, México, 2002, 236 pp.
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Fuentes hemerográficas
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Millan, Márgara; “En otras palabras, otros mundos: la modernidad occidental puesta en cuestión. Reflexiones a partir de Los hombres verdaderos. Voces y testimonios tojolabales, de Carlos Lenkersdorf”. Chiapas, Instituto de Investigaciones Económicas-UNAM, Era, México, núm. 6, 1998, 213-220 pp.
EZLN; “Discurso de la comandanta Esther ante el Congreso de la Unión, 28 de marzo de 2001”. Chiapas. Instituto de Investigaciones Económicas-UNAM, Era, México, núm. 11, 2001, pp. 115-124.
EZLN; “Discurso inaugural de la mayor Ana María para el Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo pronunciado el 27 de julio de 1996”. Chiapas, Instituto de Investigaciones Económicas-UNAM, Era, México, núm. 3, 1998, pp.101-105.
[1] La interpretación de la Revolución como ruptura abrupta e irreversible es a la vez un producto de la modernidad que requiere una reconsideración que por ahora, rebasa los límites de este estudio. “A lo largo de un periodo de tiempo que comienza en la antigüedad e incluye los comienzos de la edad moderna, una <<revolución>> evocaba la idea de un ciclo periódicamente recurrente. En la nueva astronomía de Copérnico de mediados del siglo XVI, por ejemplo, los planetas, completaban sus revoluciones alrededor del Sol, mientras que los que se referían a las revoluciones políticas apuntaban a la noción de flujos y reflujos o ciclos (...) La idea de revolución como una reordenación radical e irreversible se desarrolló junto con concepciones lineales y unidireccionales del tiempo. Según esta nueva concepción, <<revolución>> no significaba recurrencia, sino su inversa, la producción de una situación nueva que el mundo nunca había conocido antes y que quizá nunca volvería a conocer. (...) Es posible que la noción de que una revolución es un cambio irreversible que inaugura una época se aplicara por primera vez de forma sistemática a acontecimientos en ciencia, y sólo posteriormente a acontecimientos políticos.” Steven Shapin; La revolución científica. Paidós, Barcelona, 2000, p. 19.
[2] “El zapatismo incluye comunidades indígenas como tzeltales, tzotziles, tojolabales, choles y mames. Estos grupos tienen un linaje común maya (mesoamericano) y con similares cosmovisiones, rituales, símbolos y lenguaje (López Austin 1984; Kirchhoff, 1968).” Sylvia Marcos; “Las fronteras interiores: El movimiento de Mujeres Indígenas y el Feminismo en México”, Sylvia Marcos y Marguerite Waller (editoras); Diálogo y diferencia Retos feministas a la globalización. CEIICH, Instituto de la Mujer del Estado de Morelos, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2008, p. 190.
[3] “Según Lenkersdorf (citado por Millán 1998) hay una relación intersubjetiva con la naturaleza. ‘Nuestra Madre Tierra, la que nos carga y nos da sustento, ocupa el lugar principal en la ‘multitud de cosas que llenan la naturaleza y que están incluidas en el pronombre ‘nosotros’ ’.” Sylvia Marcos... op.cit., p. 219.
[4] En los conceptos mesoamericanos antiguos, “(...) Tanto la familia como la pareja hombre-mujer formaba una unidad. El concepto de individuo no era predominante (López Austin 1984). Existía un concepto predominante de intersubjetividad. Además, el concepto de dualidad todavía sostiene la cosmovisión de la mayoría de las comunidades étnicas en el México contemporáneo.(...)” Sylvia Marcos... op.cit., p. 209.
[5] EZLN; “Discurso de la comandanta Esther ante el Congreso de la Unión, 28 de marzo de 2001”, Chiapas 11. Era, México, 2001, pp. 121-122.
[6] Retomo la definición que Gayle Rubin propone en su texto El tráfico de mujeres: Notas sobre la “economía política del sexo”. “(...) Como definición preliminar, un ‘sistema de sexo/género’ es el conjunto de disposiciones por el cual una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadoras.” Dicho de otro modo es “ (...) un conjunto de disposiciones por el cual la materia prima biológica del sexo y la procreación humanos son conformadas por la intervención humana y social y satisfechas en una forma convencional, por extrañas que sean algunas convenciones.” “El sistema de sexo/género no es inmutablemente opresivo y ha perdido buena parte de su función tradicional (como organizador social, M.F.). Sin embargo, en ausencia de oposición no se marchitará simplemente. Todavía lleva la carga social del sexo y el género, de socializar a los jóvenes y de proveer las proposiciones últimas acerca de la naturaleza de los propios seres humanos. Y sirve a fines económicos y políticos distintos de los que originalmente fue diseñado para cumplir (cfr. Scott, 1965). El sistema de sexo/género debe ser reorganizado a través de la acción política.” Gayle Rubin; “El tráfico de mujeres: Notas sobre la “economía política del sexo”, Marta Lamas; El género: la construcción cultural de la diferencia sexual. Porrúa, Programa Universitario de Estudios de Género, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1996, p. 37, p. 44 y p. 84.
[7] En este sentido comparto la opinión de Gayle Rubin cuando afirma que “el movimiento feminista tiene que soñar con algo más que la eliminación de la opresión de las mujeres: tiene que soñar con la eliminación de las sexualidades y los papeles sexuales obligatorios.
“El sueño que me parece más atractivo es el de una sociedad andrógina y sin género (aunque no sin sexo), en que la anatomía sexual no tenga ninguna importancia para lo que uno es, lo que hace y con quién hace el amor.” Gayle Rubin, op. cit... p. 85.
[8] Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional; “Discurso inaugural de la mayor Ana María para el Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo pronunciado el 27 de julio de 1996”, Chiapas 3, Instituto de Investigaciones Económicas-UNAM, Era, México, 1998, p. 102.
[9] Dominique Zahan; “Étique et vie spirituelle”, Fabien, Adonon Djogbénou; Hacía el universo negroafricano. Universidad Nacional Autónoma de México, Vol. I, México, 2003, p. 224.
[10] Enrique Dussel; “Sentido ético de la rebelión maya de 1994 en Chiapas (Dos ‘juegos de lenguaje’), Noam Chomsky et al.; Chiapas Insurgente 5 ensayos sobre la realidad mexicana. Txalaparta, México, 1995, p. 124.
[11] Louis Althusser; La filosofía como arma de la revolución. 4 Cuadernos de pasado y presente, Ediciones pasado y presente, 11ª edición, México, 1974, p. 83.
[12] Matilde Pérez y Laura Castellanos; “Entrevista con la comandanta Ramona ‘No nos dejen solas’ ”, Rosa Rojas; Chiapas ¿Y las mujeres qué?. Ediciones La Correa Feminista, México, 3° edición, 1999, p. 23.
[13] La visión contractual impuesta por los europeos aún no ha desaparecido los usos tradicionales que valoran a la palabra en Chiapas a pesar del largo proceso de colonización y los siguientes, casi doscientos años de explotación continuada. Es interesante notar que en África, donde algunos efectos del paréntesis colonial se han prolongado hasta la independencia formal de “artificialidad reconocida”, éstos tampoco han borrado el valor moral de la palabra:
“ Parmi tous les réflexes susceptibles d´aller à l´encontre de la maîtrise de soi, el en est un vis-a-vis duquel l´Africain est particulièrement sensibilisé: la parole. L´homme qui parle trop, ou qui ne sait pas garder le secret est pour lui un éter sans valeur. En fait, le Noir situe le véritable fondement de l´empire de l´être humain sur ses actes et sur sa conduite, dans le pouvoir et le contrôle exercés à l´encontre de son verbe. (...)
“(...) Le silence n´a rien de común avec les autres valeurs morales si ce n´est qu´il en constitute à la fois le point de départ et l´aboutissement. Il est vertu par excellance, il sussume l´integrité, le courage, la force d´âme, la prudence, la modestie, la tempérance. Le silence définit l´homme de caractère, el est l´apanege du sage, il est une sagesse. Celui qui sait se taire posseède la véritable bonheur, la paix intérieure, l´ataraxie.” Dominique Zahan; “Étique et vie spirituelle”, Fabien, Adonon Djogbénou; Hacía el universo negroafricano. Universidad Nacional Autónoma de México, Vol. I, México, 2003, p. 221.
[14] Roselia Jiménez Pérez, tojolabal participante en la mesa de Cultura y Derechos de la Mujer Indígena celebrados del 18 al 23 de octubre de 1995 en San Cristóbal de las Casas. Roselia es maestra en educación primaria y presidenta de la Unidad de Escritores Mayas Zoques. Guiomar Rovira; Mujeres de maíz. Era, México, 2002, pp. 223-227.
[15] “La Ley Revolucionaria de mujeres es el primer espacio normativo del despertar de una subjetividad específica, la de las mujeres indígenas, en un proceso de rearticulación comunitaria. Muestra un ejercicio de afirmación de la identidad indígena (la permanencia), al tiempo que pone a prueba radicalmente la democracia comunitaria (el cambio). Afirma la identidad indígena porque reclama mejores condiciones para su reproducción económica, social y cultural, y pone a prueba la capacidad democrática comunitaria al exigir cambiar el costumbre según nuevos consensos que tomen en cuenta la voz de las mujeres, que extiendan el reconocimiento de su trabajo (doméstico) en la esfera pública, en la gestión y en la toma de decisiones comunitarias.” Márgara Millán; “Las zapatistas de fin de milenio. Hacía políticas de autorrepresentación de las mujeres indígenas”, Chiapas 3, Instituto de Investigaciones Económicas-UNAM, Era, México, 1998, pp.25-26.
[16] Guiomar Rovira; Mujeres de maíz. Era, México, 2002, p. 107.
[17] Los murales son interesantes pero muchas veces son pintados por los visitantes. Se trata de una estrategia de integración en la que el diseño debe ser aprobado pero no siempre es hecho por zapatistas, otras veces sí. Por eso mucho es el reflejo del que viene de fuera más que la proyección íntima de las aspiraciones zapatistas. Con atención se puede identificar los que son hechos por ellos mismos, bien por las firmas o por el diseño.
[18]Sylvia Marcos... op. cit., p. 215.
[19] Ver Le Bot, Yvon; Subcomandante Marcos. Anagrama, Barcelona, 1997, pp. 34-35 y pp.44-49.
[20] Fragmento del mensaje del CCRI_EZLN al Foro Nacional por la Soberanía Alimentaria, 23 de agosto de 1996, Ojarasca, en la Jornada, no. 4, México, agosto de 1997, citado por Márgara Millan; “En otras palabras, otros mundos: la modernidad occidental puesta en cuestión. Reflexiones a partir de Los hombres verdaderos. Voces y testimonios tojolabales, de Carlos Lenkersdorf”, Chiapas 6. Instituto de Investigaciones Económicas-UNAM, Era, México, 1998, p. 218.
[21]Lilia Jiménez Guzmán, et al.; Kuxul Waychiletik Sueños Despiertos. Sna Jtzíbajom Cultura de los Indios Mayas, A.C, México, 2003, pp. 217-224.
[22] Por ejemplo, la flexibilización del orden social en cuanto a la división sexual del trabajo se aprecia por la eliminación de jure y de facto de toda forma de discriminación y exclusión de las mujeres. La autoridad no es exclusiva de los hombres y carece de sentido en lo individual, son las unidades domésticas (compuestas tanto por hombres como por mujeres) en las que de acuerdo con la capacidad y voluntad del conjunto se asignan y eligen las tareas. La subversión de la división sexual del trabajo que proponen las mujeres zapatistas implica una doble ruptura. Por un lado se oponen a la simple masculinización de sus labores y por el otro demandan reconocimiento y visibilidad al trabajo que siempre han hecho y nunca se ha reconocido como tal. Se oponen a renunciar a la maternidad y a su función como transmisoras de la cultura y educadoras, no sólo reproducen sino que están produciendo nuevas formas culturales y nuevas formas de entender su cultura. Reivindican sus características “femeninas” sin renunciar a desempeñar nuevas funciones, antes reservadas a los varones, y reclaman se reconozca el valor y la aportación de aquellas que siempre han hecho. Transgreden la rigurosa división sexual del trabajo, ocupando espacios públicos y reivindicando los domésticos. Hombres y mujeres zapatistas asumen como comunes y propias las responsabilidades y, por lo tanto, también los frutos del trabajo.
[23] Los discursos de la excelencia son esencialistas y no vindicativos pues parten de un principio de inmutabilidad que defiende la esencia femenina y masculina como hechos naturales.
Las definiciones esencialistas, frecuentes en la explicación cotidiana, son justificaciones ahistóricas y deterministas cuyo fundamento inamovible tienden a legitimar el sistema de desigualdad pues “seleccionan una característica que define la esencia de lo masculino y fundamentan la explicación de las vidas de los hombres (y las mujeres M.F.) en ella.” R.W. Connell; Masculinidades. PUEG, UNAM, México, 2003, p. 105.
[24] “(...) En la cosmovisión mesoamericana, no hay en ningún lado un concepto de igualdad. Todo el cosmos está concebido con elementos que se equilibran unos a otros a través de sus diferencias, y así es como crean un equilibrio (López Austin 1984,), Este equilibrio estaba oscilando permanentemente. (Marcos, 1995). La igualdad equivale a algo estático, algo que no se mueve. Por lo tanto no somos iguales. No hay dos seres iguales. Con el concepto de dualidad (Marcos, 1995; López Austin, 1984) anclado en su vida diaria y sus rituales, la igualdad no tenía sentido.” Sylvia Marcos... op. cit., p. 215.
[25] El prefijo anti suele denotar la insuficiencia de alternativas propuestas desde los sectores críticos de la sociedad, este no es el caso de los zapatistas.
[26] Subcomandante Insurgente Marcos; Documentos y comunicados 1° de enero/8 de agosto de 1994. Ed. Era, México, sexta reimpresión, 2003, p. 218