Qué rara es la intimidad cuando se impone, sobre todo en esta sociedad tan acostumbrada a transmitir hasta el último de los secretos. Tal vez por eso el estreno de Tío Yim, la opera prima de la cineasta serrana, Luna Marán, se siente como una bocanada a la vez fría y refrescante, un tierno pero nada condescendiente momento de empatía que rasca en la historia familiar, hasta descubrirla en su dimensión comunitaria, llena de virtudes y de contradicciones. La película es un retrato crítico de su padre, el defensor del bosque de la sierra norte de Oaxaca, escritor y trovador, Jaime Martínez Luna, quien durante los años ochenta impulsó una lucha forestal que reunió a diferentes comunidades en un movimiento que apostaba, entre otras cosas, por construir un nuevo lenguaje a partir del trabajo cotidiano, un movimiento que defendió la comunalidad en tanto forma de vida. La mirada crítica de la hija ya adulta, se vuelca sobre las letras y los silencios del padre para preguntarse sobre lo más íntimo; sobre los afectos, ¿cuántas formas hay de decir te quiero?, espeta la cineasta, con la fuerza de quien retoma lo sembrado para imaginarse un horizonte todavía más amplio, más profundo y consecuente. ¿De cuántas formas inadvertidas nuestros afectos viven capturados por ese amor romántico de la modernidad capitalista, que no es más que un amor en singular, un amor entre otros?, eso, si acaso concedemos llamarle de ese modo.
Tío Yim, es esa vuelta imprevista que a veces sucede cuando las mujeres cuentan historias, cuando la narrativa toma un pretexto para hablar de ese nosotras que se está tejiendo. Un retrato personal que narra la resistencia comunitaria en defensa de la tierra en la sierra norte de Oaxaca, el relato de un hombre que siendo él es además un bosque, es muchos otros y las que le sobreviven. Luna despliega una narrativa tenaz que termina por descubrir a la hija detrás de la cámara, un retrato crítico que desplaza al protagonista individual de las biografías convencionales y en el tránsito nos muestra un hermoso ejemplo de aquello que es el cine comunitario. El giro más que un mero desplazamiento del sujeto individual es un tejido que hilvana una historia a la vez personal y común, sin carencia o predominancia de uno u otro gesto. ¿Será que logra ese resultado polifónico por el modo en el que hizo la película, con intervención de tantas manos y voces?
Con la insistencia nada indulgente de quienes crecen llenas de sueños y expectativas de transformación, Luna sostiene la cámara con firmeza, serrana como es, sostiene los silencios hasta lo incómodo, directa, no te toca pero cómo te mueve, cómo sacude tus certezas. Su tenacidad exprime confesiones.
Las narrativas clásicas iban del planteamiento al clímax y finalmente al desenlace, los relatos posmodernos se acomodaron bien en la nada y por eso nada dejan, pero ella es ella, no tiene prisa ni calma, su silencio aprieta, aprieta a su padre, lo pone contra el espejo cuando el espejo es ella, tan llena de dudas, es ella y sus recuerdos, su insistencia en no olvidar. En el momento culminante del relato, la familia escribe una canción sobre la vida de Jaime, pero cuando hacen referencia al alcoholismo que ha marcado al trovador conocido en Guelatao como Tío Yim, éste se atrinchera, la madre insiste pero le buscan la vuelta, de pronto una voz tras la cámara interrumpe el disimulo, Luna es franca y férrea. No tiene salida, su hija lo empuja a escribir la línea que él quería olvidar. También somos lo que menos amamos de nosotras, también somos nuestras amnesias. Este cine interrumpe. Él parece idealizar pero ella no lo deja. La ausencia presente y la presente ausencia de su padre la empujan a preguntar con insistencia, recuerda a la abuela materna y a sus afectos, recuerda la constancia de su madre hasta que entre nostalgia y reticencia, canta junto a sus hermanas los versos con los que sospecho, en su modo mudo, él buscó decir te quiero. Luna Marán no sólo cambia el lenguaje cinematográfico sino que pone en duda las expectativas que domestican nuestros afectos. Entrelaza recortes, fragmentos de recuerdo, retrata con gracia los momentos más incómodos de cada integrante de su terruño. Su madre se despliega conforme avanza el relato, va del gesto firme pero clemente al baile deshinibido, Luna nos la presenta a cuanta gotas y en el poquiteo es imposible no recordar a otras, a nuestras madres, las que nos parieron cuando nos abrieron camino, bailan pero aguantaron, ahora nosotras, en medio del bosque y gracias a ellas, bailamos sin aguantar. La cineasta no le teme a las incongruencias y así nos acerca, no a un proceso terso sino lleno de heridas y de grietas. Qué tierna es cuando acomoda el cabello de su greñudo padre antes desnudarlo ante la audiencia. Qué necesario es ese cine que pasa de la técnica al arte porque tiene algo qué contar. Qué duras expectativas nos enseñaron pero gracias a ellas somos más libres aunque no por eso más indulgentes. En este cine no hay nada muerto, se siente urgente y necesario, teje un lenguaje común de una generosidad nada condescendiente. Saber querer también es saber mostrar nuestros aciertos y errores. En el amor de Marán la crítica no nos hace amar menos, sino amar mejor, porque nos permite decidir cómo queremos hacerlo.
¿Cuantas formas hay de decir, te quiero?, no suficientes, no todavía, pero poco a poco y luna a luna, las estamos naciendo.
Tío Yim inauguró la gira de cine documental, Ambulante en la ciudad de Oaxaca y próximamente se presentará en la Ciudad de México y en otras partes del país. Para información sobre las funciones, click aquí.